Agradezco la invitación de Galería Quarentena a escribir un artículo para su tercer ciclo de exposiciones, cuya apertura fue el 14 de julio de 2020. Dado que su publicación no incluye los enlaces ni la imagen de portada, lo reproduzco aquí en su versión completa. ![]() A la inversa de la explosión de prácticas artísticas en el espacio urbano que significó la revuelta iniciada el pasado 19 de octubre, la pandemia ha significado su viraje hacia el espacio virtual, para quienes tienen acceso a las tecnologías digitales, debido al repliegue brusco y tajante en el espacio doméstico que ha debido llevar a cabo la mayor parte de la población. Pero como los tiempos no se sustituyen ni se reemplazan unos a otros, el propio ardor de la revuelta se ha enredado a las iniciativas pandémicas. En este breve texto intentaré hilvanar una memoria en proceso acerca de las prácticas artísticas de las que he sido testigo y a veces participante a lo largo de mi confinamiento. En ese camino, procuraré resaltar la diferencia entre aquellas meramente pandémicas y aquellas que, a mi parecer, mantienen una continuidad con el espíritu crítico de la revuelta de octubre, con un énfasis en las prácticas de arte contemporáneo. Existen ya y seguirán existiendo acercamientos al arte pandémico, pero la presente aproximación comporta sus propios giros y derroteros, sobre la base de algunas reiteraciones que permiten fortalecer un tejido vivencial y reflexivo común. Por otro lado, este no es un ejercicio de investigación acabado, sino un ejercicio de memoria en proceso que involucra pequeñas búsquedas complementarias de materiales, títulos, fechas y enlaces. La finalidad es esbozar una cartografía provisoria de experiencias personales recientes y devenires colectivos contingentes a partir de los cuales levantar algunas preguntas sobre el porvenir común. ![]() hace cuatro años atrás, en el MALI de Lima, le tomaba esta foto a "La tapada", de Teófilo Castillo. La obra es de 1905-1915 y retrata a un personaje femenino fascinante del período colonial. La tapada limeña se cubría toda la cara, excepto el ojo, con un manto de seda tras del cual "sin ser vista, veía". La costumbre hispánica, aparentemente andaluza y por ende de influencia morisca, fue reprimida por la Corte. Pero ni las reprimendas de sus maridos ni las amenazas de excomunión lograron que en el Virreinato del Perú las limeñas la abandonaran. Las tapadas usaban el manto para pasear anónimas por la ciudad cuando iban a misa, asistían a enfermos o hacían visitas. Además, se reunían por centenares en la Alameda de Acho, haciendo gala en pandilla de "su viveza, sal y prontitud". Para no ceder a la prohibición, aludían a que la costumbre las protegía del sol, pero el manto, ocultándolas, les daba libertad. Lo agitaban entre sus dedos como una forma de seducción y, así protegidas, piropeaban a los peatones o se burlaban de ellos desde sus balcones. Sólo accedieron a descubrirse para la misa de Viernes Santo y la costumbre siguió hasta entrado el período republicano, cuando la tapada poco a poco dio lugar a la destapada de hoy. Teófilo Castillo fue un pintor academicista y crítico de arte que solía evocar las tradiciones peruanas desde el romanticismo. Su pintura de la tapada, con un toque impresionista, resalta su altivez, el misterio que la envolvía y la "rara fosforescencia" que Ricardo Palma le atribuía a los ojos de la limeña. Mi fuente para la crónica son Juan Bromley, Carlos Prince y Ricardo Palma, cuyos textos entre otros son recogidos en La limeña, libro editado por Juan Bromley y Luis Málaga y publicado por el Concejo provincial de Lima en 1959. Hallé este tesorito mohoso en el mismo viaje a Lima del año 2016. (en Instagram y Facebook) publicado artículo sobre obras recientes de Gabriela Carmona Slier en revista Índex de Ecuador1/7/2020
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Carolina Benavente MoralesEn este blog entrego informaciones sobre mis actividades y de vez en cuando publico textos breves. Archivos
Marzo 2023
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